Esclavas sexuales






Por Diario El Mundo de España



“Se busca señorita con buena presencia para trabajar de mesera. 1000 soles semanales. Incorporación immediata”. Anuncios como éste tientan cada día miles de jóvenes peruanas que sueñan con una vida más acomodada. Son falsas ofertas laborales bajo las cuales se esconden organizaciones criminales de trata de blancas. Leticia cayó en la trampa.

La pobreza, la baja calidad de la educación, y la falta de oportunidades laborales convierten cada año a millares de niñas y adolescentes en presas fáciles para las redes de trata de personas con fines de explotación sexual. Leticia, nombre ficticio, fue víctima de ello cuando tenía 15 años. Era una joven alegre y extrovertida, que vivía con sus 3 hermanos, su madre y su padrastro en la amazónica ciudad de Iquitos. “Tenía una vida normal, pero a veces mi mamá, que trabajaba vendiendo comida en la calle, no podía comprarme lo que quería o lo que necesitaba para el colegio.”

Por ello, el día que le ofrecieron un trabajo de camarera remunerado con 4.000 soles mensuales, algo más de 1000 euros, un sueldo 15 veces superior al salario medio que suele ganar una camarera en Perú, no dudó en aceptarlo. “Vino una señora a ofrecernos el empleo a mí y a mi vecina. Dijo que viviríamos con otras chicas en Lima, y que nos apoyaría para que pudiéramos continuar estudiando. Además, yo pensaba que así podría ayudar económicamente a mi familia”.

Como muchas otras jóvenes, Leticia y su vecina no sospecharon que la apetitosa oferta laboral era una encerrona, y mordieron el anzuelo. Convencieron a sus familiares para que les permitieran viajar a la capital con esa desconocida, y a los pocos días, las dos adolescentes tomaron un avión rumbo a Lima. “Muchas veces, los tratantes utilizan mujeres o otras jóvenes para captar a las víctimas porque así confían más fácilmente, y las trasladan a otra ciudad para apartarlas de su entorno y su sistema de protección, dejándolas solas, desorientadas y sin recursos económicos”, explica Ana Cecilia Romero, psicóloga de la organización de atención a las víctimas Capital Humano Social Alternativo.

Era de noche cuando llegaron a la capital, y aunque los tratantes las instalaron en las plantas superiores de una casa de masajes, las dos adolescentes nunca imaginaron cuál era su verdadero interés. “Nos dijeron que trabajaríamos en otro lugar y nos dieron un cuarto para nosotras solas”, explica Leticia.

Al día siguiente, la verdad se hizo más que evidente. “Nos dieron unas vestimentas con faldas pequeñas y hilos dentales (tangas) para que bajáramos a la sauna, y nos dijeron que trabajaríamos de otra manera. Nosotras ya nos imaginamos para qué era y nos pusimos a llorar. ¡No queríamos hacer eso!”.

Pero no les dieron otra opción. Los tratantes las retuvieron esgrimiendo que con el pasaje que les habían pagado para viajar a Lima habían contraído una deuda que debían devolver trabajando como prostitutas. Se habían convertido en esclavas sexuales, así que con coacciones y amenazas las obligaron a vestirse con esas prendas para ir a conocer su nueva dedicación. A partir de ese día, las explotarían sexualmente.

Leticia y su amiga fueron encerradas bajo llave, y cuando se resistían a prostituirse, los tratantes no les daban de comer. Clientes no faltaban. “Hay una fantasía sexual del peruano que sexualiza la mujer amazónica y que es altamente rentable para el explotador. Por ello, además de aumentar la represión legal contra el crimen organizado, hay que combatir la cultura que es permisiva con el deseo sexual hacia menores de edad”.

Leticia y su amiga se defendían como podían de los explotadores hasta que al cuarto día, hambrientas, les ofrecieron acompañar un cliente con la exusa que las invitaría a almorzar. “Era un viejito de Japón. Decían que él pagaba bien a las chicas y que nos vendería a alguien. Nos regaló 200 soles a cada una solo por darle compañía”. Durante esas horas, Leticia aprovechó para escaparse unos minutos y llamar a su madre con un teléfono móvil que alguien le había prestado. “Cuando hablé con mi mamá le conté todo lo que había pasado y ella fue a poner una denuncia”, relata entre sollozos.

Pasaron 2 semanas antes que las rescataran. “Entró la policía en el cuarto rompiendo la llave, y cuando bajamos a la sauna encontré a los tratantes que estaban allí detenidos. Eran japoneses”.

Algunos de los integrantes de la organización los pusieron entre rejas, y durante un tiempo Leticia y su familia sufrieron el acoso de otros miembros de la trama. “Ellos sabían donde vivíamos y venían a casa ofreciéndonos dinero para que retiráramos la denuncia. Como no aceptamos,nos amenazaron, pero al final nos dejaron en paz”.

Leticia regresó a su hogar y aunque día a día trata de aprender de nuevo a confiar en los demás, la herida sigue profunda, con el dolor y la culpa persiguiéndola por donde quiera que vaya. “He cambiado. Antes era más alegre y hacía bromas. Ahora no tengo amigos y solo quiero estar sola con mi familia. Tengo miedo que se enteren de lo que pasó y que piensen mal de mí”.

Sin embargo, mira hacia el futuro y se concentra en terminar sus estudios de secundaria para luego hacer un grado en infermería. “Me gusta cuidar a los enfermos”, comenta con una tímida sonrisa. Mientras, hay otras mujeres, niñas y niños que continúan presas de un negocio que mueve cada año 32 mil millones de dólares, y cuya principal finalidad es la explotación sexual. ¿Hasta cuándo tendrán que esperar?

Link: http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/ellas/2011/09/24/esclavas-sexuales.html
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