MASAS


Masas. Si hay algo en lo que el gobierno y la policía coinciden es en la forma en la que denominan a cientos, miles de personas que viven en zonas tomadas por Sendero Luminoso. Masas, así son llamados cientos, miles de personas que viven secuestradas por los terroristas en medio del VRAEM.

¿Secuestrados?, ¿en esta época?, podrá preguntarse usted, informado lector, con asombro. Y la respuesta es: sí, cientos, miles de peruanos secuestrados desde hace más de 20 años, principalmente mujeres, pero también hombres, quienes viven amenazados de muerte. Realizan actividades agrícolas y de pesca básicas, pero la razón por la que los narcoterroristas los mantienen con vida sería macabra: los senderistas los dejan vivir para que se reproduzcan y así poder usar a sus hijos, quienes se convertirían en pioneritos. Suena terrible, pero son una suerte de fábricas de niños.

La situación de estos peruanos es tan terriblemente incierta y dramáticamente dura e injusta que la mayoría de ellos ha bloqueado sus emociones. Viven el día, bloqueando su pasado terrible, sin ánimo para pensar el tiempo lejano en que eran libres y paranoicos ante la llegada de algún senderista, pues su presencia podría significar la partida sin retorno de alguno de sus hijos.

Así vivía, en medio de la más dramática incertidumbre, un grupo de asháninkas secuestrados en medio de la selva por la más sanguinaria columna de Sendero Luminoso.

La única certeza que tenían era el cariño y apego por sus pequeños hijos. Vivían el presente, los querían sin postergación, sin planes; ese cariño los mantenía en pie.

Hasta que, en julio de 2012, llegó un helicóptero de la policía. “No sabíamos si eran amigos o enemigos”, me diría luego Sandra, una de las mujeres secuestradas por Sendero. Una integrante de las Masas.

La policía llegó hasta ellos, les dijo que era un operativo de rescate, los trasladó hasta Mazamari junto a sus hijos. Luego llegaron los fotógrafos de Palacio, las cámaras de televisión, llegó el presidente Humala, puso cara de malo frente a los asháninkas que, por default, debían ser terroristas, y luego apareció su esposa, la primera dama Nadine, quien se reunió con los hijos de los asháninkas. Tras la aparición de la pareja presidencial y de la prensa, padres e hijos fueron separados sin mayor explicación.

Los padres fueron acusados públicamente por el presidente como terroristas; y los niños, mostrados como trofeos de guerra, como el símbolo victorioso de un rescate efectivo.

Un policía honesto e informado, el coronel Rosas, tuvo que intervenir para dejar claro que los asháninkas eran víctimas de trata. Luego de 15 días en la cárcel, Orlando, Sandra, Lucía, Armando, Martha y Juana fueron liberados y enviados a un albergue. Allí los conocí, allí se hicieron mis amigos y pude registrar parte de su infinita angustia por recuperar a sus hijos. Ellos no entendían qué pasaba, por qué les habían arrebatado la razón que los mantuvo vivos en la selva. Primero pasaron por una prueba de ADN, la que confirmó su paternidad, pero luego tuvieron que enfrentarse a una burocracia sin humanidad, a un sistema que desconoce lo que significa la trata y que les exigió obtener un DNI para poder recuperar a sus hijos, luego un domicilio decente. Fue más de medio año de angustia que la burocracia estatal le propinó a estos peruanos que estuvieron, hasta hace poco más de un año, secuestrados por Sendero Luminoso.

Cuando en Colombia un rehén de las FARC es liberado, la prensa, la opinión pública, el gobierno los reconoce, los indemniza. Intenta paliar el daño que no pudieron evitar. Si en el Perú un limeño pasase por lo mismo, la historia habría sido completamente distinta. Pero ellos son asháninkas, son Masas, y de eso trata el documental MASAS, que he dirigido y acabo de presentar gracias al respaldo de la ONG CHS Alternativo.

http://diario16.pe/columnista/8/jeronimo-centurion/2861/masas
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