Editorial N° 223: CUANDO EL RATING ES MÁS IMPORTANTE QUE LAS PERSONAS

«En definitiva, ¿dónde empiezan los derechos humanos universales? En pequeños lugares, cerca de casa; en lugares tan próximos y tan pequeños que no aparecen en ningún mapa. […] Si esos derechos no significan nada en estos lugares, tampoco significan nada en ninguna otra parte. Sin una acción ciudadana coordinada para defenderlos en nuestro entorno, nuestra voluntad de progreso en el resto del mundo será en vano». Estas fueron las palabras de Eleonor Roosevelt, presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas entre 1946 y 1952.
El 10 de diciembre se conmemoró un año más el Día Internacional de los Derechos Humanos, sin embargo es difícil evocar el propósito de esa fecha si día a día vemos cómo se atropellan los mismos.
Basta abrir un diario o entrar al portal de alguna central de medios de comunicación para corroborar cómo se atenta contra los derechos de muchas personas una y otra vez.
Y, en este caso en particular, no estamos hablando únicamente  del atropello sistemático a los derechos humanos de cientos de víctimas que son mercantilizadas, es decir, dejan de tener valor humano y pasan a tener valor comercial en el mercado de la trata de personas. Sino que, además de atravesar por esta situación de explotación y violencia tan traumática, las víctimas se enfrentan a una injusta e indebida exposición mediática.
Reconociendo la importancia del papel que cumplen los medios de comunicación, sin embargo, a lo largo del tiempo hemos podido detectar recurrentes malas prácticas, a pesar de la supuesta responsabilidad y ética que deberían asumir los medios por proteger a la ciudadanía. Nombres completos, fotografías con la cara descubierta, identificación  de los familiares, direcciones, uso de lenguaje inapropiado “prostitución infantil” por ejemplo y demás acciones nos demuestran que, aún hoy, muchos  medios no están a la altura de su rol, ni en la capacidad de promover y defender los derechos de las víctimas de la trata de personas, sino que, por el contrario, contribuyen y refuerzan  procesos de revictimización a cambio de amarillismos y raiting que, lo único que generan es acrecentar el  riesgo hacia  ellas y  su entorno. Es importante resaltar, también, que existe la equivocada  costumbre en los medios de exponer mediáticamente a la víctima y no al victimario, a pesar de ser ellos quienes cometen el crimen. Muchas veces vemos las fotografías o nombres de las víctimas, pero jamás alguna huella que  permita reconocer al victimario,  quien debería ser sancionado  por la ley y rechazado por la sociedad.
Entonces, relamente, ¿dónde empiezan los derechos humanos universales? como se preguntaba Eleonor Roosevelt, en los pequeños lugares, cerca de casa, en el quiosco de la esquina que vende los periódicos; en la sala de redacción del medio, en la indagación del hecho y en el seguimiento del caso, en la entrevista a una víctima, en respetar esos lugares tan próximos y pequeños que no aparecen en ningún mapa y que no deberían salir en ningún medio. Si esos derechos no significan nada en estos lugares, tampoco significarán nada en otra parte.
Sin una acción ciudadana coordinada, sin una responsabilidad asumida, sin un rol defensor de aquellas víctimas que merecen ser protegidas, nuestra voluntad de progreso en el resto del mundo, serán en vano.
“Le damos a la gente lo que quiere” es, tan solo, una frase facilista de los medios que nos permite vivir en un conformismo que, finalmente, afecta a quienes ya están intentando salir de una situación nefasta.
Nos toca hacer un cambio. Luchar, de verdad, por sus derechos como humanos, un privilegio que, quizá, las mismas víctimas ya olvidaron y que nos corresponde contribuir a devolverles.
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