#ExplotaciónHumana, en el Centro Cultural de la Universidad del Pacífico, busca sensibilizarnos frente a una terrible realidad.
Por El Comercio
Una cita de Julio Cortázar sirve de epígrafe y resumen de la intención de la muestra: “La humanidad empezará verdaderamente a merecer su nombre el día en que haya cesado la explotación del hombre por el hombre”.
#ExplotaciónHumana se originó el año pasado, cuando dos profesores de la Facultad de Derecho de la Universidad del Pacífico —José Antonio Caro y Milagros Salazar—, junto a un grupo de estudiantes, produjeron y entregaron al Ministerio Público un informe legal con criterios teóricos y prácticos respecto a la lucha contra la trata de personas en nuestro país. Luego, con el fin de avivar el debate, las autoridades universitarias convocaron en febrero último a la fotoperiodista Cecilia Larrabure, quien asumió el proyecto y la curaduría de una exposición que hiciera pública esta tragedia —que por cotidiana no deja de ser invisible—. El resultado es un recorrido tan doloroso como ineludible.
Larrabure encargó la investigación a la periodista María Luisa del Río y ambas, frente a un grupo de expertos, investigadores y artistas, crearon una serie de paneles que, principalmente a través de un lenguaje infográfico, exhibe sin tapujos nuestra historia nacional de la infamia: desde la tragedia de la mita que instaló el virrey Toledo en el siglo XVI, hasta el trato inhumano a muchas personas que trabajan en el servicio doméstico, pasando, por supuesto, por grandes tragedias como la importación de esclavos africanos, el usufructo de chinos o el gamonalismo.
Después de líneas de tiempo que explican los procesos históricos —tanto de la instrumentalización de personas como de las luchas legales y libertarias—, pasamos a los ejemplos actuales de esta problemática. Las principales víctimas de esta esclavitud contemporánea, la más vulnerables, son los niños, en especial las niñas; los adolescentes; las mujeres; los migrantes. Todos tienen algo en común: son pobres. No tienen opciones, esperanza, futuro. Un ejemplo es lo que se da en el campamento minero ilegal de La Pampa, en Madre de Dios, donde niñas y mujeres son fichadas para trabajar en ‘prostibares’, en los que son tratadas como máquinas sexuales. Un caso emblemático es el de la boxeadora Aymée Pillaca, quien ayudó a escapar a una muchacha de 15 años que había sido ultrajada masivamente. Desde enero del 2016 está desaparecida.
Más adelante nos interpela la situación de los buscadores de oro, también en Madre de Dios, una industria que se aprovecha de jovencitos como macheteros, carreteros o buzos (muchos de los cuales terminan ahogados en los lechos de los ríos), todo ello a cambio de monedas que no les alcanzan para pagar por los ‘servicios’ que reciben (alojamiento, alimentación), por lo que se reenganchan a la fuerza en un sistema infernal. Lo mismo ocurre con los niños carboneros de Pucallpa. Que se sepa: la Encuesta Nacional Especializada de Trabajo Infantil del 2015 registró en nuestro país 1 974.400 trabajadores infantiles; de ellos, el 77,3 % realizó alguna forma de trabajo peligroso.
‘Trabajadores’ encerrados en contenedores para producir artefactos falsificados; muchachas que huyen de un hogar disfuncional o de su país y terminan prostituidas; empleadas tratadas como objetos; niños ‘para todo uso’… Esta situación compleja y terrible no sería posible —también lo evidencia la muestra— si las autoridades judiciales y estatales dejaran de hacerse de la vista gorda y tomaran acciones decididas y frontales. El trabajo por hacer es inmenso. Por lo pronto, Cecilia Larrabure cuenta que la vicepresidenta Mercedes Aráoz (quien asistió a la inauguración) logró que se duplicara el presupuesto anual para la lucha contra la trata de personas (un monto, por cierto, muy lejano del necesario).
La curadora es enfática al decirnos que el problema radica en la pobreza y en nuestra indiferencia. Visitar #ExplotaciónHumana antes del 14 de noviembre podrá, al menos, ayudarnos a combatir lo segundo.